domingo, 9 de octubre de 2011

La plus belle l'amour.....

Hoy es una noche particular para contarles de ella.
Digamos que hay momentos específicos para determinadas ocasiones, y si bien no hay nada particular, hoy tengo ganas de escribir. Y para contarles acerca de su magia, hay que estar especialmente inspirado.

Es... como decrilo: mágica. En los 73 días que estuve dando vueltas, entre trabajo y placer, descubrí muchas ciudades del Viejo Continente, cada una con sus particularidades, pero como ella... como ella ninguna. Se los aseguro.
No arribé al aeropuerto más cómodo. Llegué al París Beauvais. De allí, si se va a la ciudad luz, es inevitable tener que trasladarse en una "Lanzadera". No es neceario reservarlas ni mucho menos. Simplemente uno se baja del avión, retira su equipaje, y si sigue a la masa, todos van derechito a los omnibus. Se puede acceder al billete sólo de ida o redondo. Yo compré solo de ida, interiormente tenía el deseo de no regresar jamás, pero luego tuve que comprar el regreso.. fuck!
Tras una hora de viaje más que cómodo, arribamos a París Porte Maillot. Allí está muy cerca la estación de Metro, y si se tiene un buen mapa, se llega en seguida a cualquier destino. Distinto de lo que me pasó a mí que llegué sólo con mi gps y de todos modos no tenía idea de dónde estaba. Consecuencia: hice un grupo de compañeros de viaje colombianos y casi no pude quitarme de encima a uno de ellos.. pero llegué a destino, asi que valió la pena!
Una vez que se consigue un mapa y se compran los suficientes tickets de Metro (que siempre deben ser validados) ya se es parte de París!

Particularmente, tuve la suerte de, sin saberlo, alojarme en el mítico barrio de Montmartre. Salí del metro en la estación Blanche (línea 2) y me encontré justo en el  nº 59 del bulevar de Clichy, frente a nada más y nada menos que el Moulin Rouge. 
Realmente no sabía que ése sería mi lugar en los próximos cuatro días, asi que mi travesía comenzó a ser especial desde el comienzo.
Subiendo por la Rue de Lepic, llegué hasta el Hostel que había reservado por internet. Plug Inn es el nombre y tienen un desayuno incluido genial! Creo que no podría haber hecho mejor opción. Muy cerca del metro, a pocas calles del Sacre Cour, realmente encantador...

Ya les venía contando... entonces, llegué felizmente a mi nuevo hogar, me instalé luego de hacer el chek inn en un pseudo inglés, pseudo francés y fiel español. Uno no sabe que habla determinado idioma hasta que lo necesita! La habitación era pequeña y sólo quedaba una cama superior. Eran camas marineras y la habitación (mixta y para cuatro huéspedes) ya estaba casi ocupada. Entonces no me quedó opción que dormir arriba. El asunto era que, para poder subir, no había escalera, entonces, no tenía otra opción que escalar (y sí, era escalar) subiendo primero a la cama de abajo, de ahí trepar a la ventana, haciendo equilibrio para no caer en el tejado contiguo, porque no había reja demasiado alta, de ahí otro pie en mi propia cama y lanzarme a dormir. No quiero recordar lo que fue hacer semejantes malabares luego de una noche en que tomé más de cinco cervezas. Creí que terminaba en el techo del vecino!!!!

Terminé entonces de acomodarme, dejé mis cosas (no hay lockers, asi que no olviden los candados para sus maletas) y salí a conocer los alrededores. Para la hora en que había llegado, ya tenía hambre y necesitaba almorzar. Mi primer almuerzo parisino.. en mi diccionario hay un glosario para ese momento, pero no están todas las palabras, y realmente yo pretendía experimentar.
El primer tema era elegir dónde comer. Los precis en París no son de los más accesibles si tus intenciones son comer bien. Una baguette es siempre bien recibida, pero mi primer experiencia debía ser positiva, sino quedaría el mal sabor en el paladar por toda la eternidad....

Recuerdo bajar por la misma calle que me llevó al hostel, pispeando los diferentes lugares. Uno particularmente llamó mi atención. No era demasiado imponente pero estaba a tope, y como tal no podía ser malo. Muchas mesas afuera, en una esquina, todas completas, iría adentro. En seguida la camarera me ubicó en una mesa para uno, con vista hacia la vereda, y una linda panorámica de todo lo que acontecía en el interior.
La carta se repartía de tal modo que casi entendía lo que decía, pero por si acaso, hice uso de mi diccionario. Lo que más miraba era el lado izquierdo en el menú. Dato de color: sabían ustedes que Menú se le llama porque los franceses acostumbran a comer raciones pequeñas? O sea, proviene de menudo, pequeño. Muy distinto del concepto argentino, proveniente de nuestras glotonas raíces italianas y españolas, dónde se come a más no poder. En fin, el menú era variado y había un plato del día que constaba de pescado, verduras, papas, una gaseosa y un café. Me decidí por eso. Valía no más de 12 euros, y me resultaba amigable en precio y sabor. Creo que tardé unos veinte minutos hasta caer en la cuenta de dónde estaba por almorzar.

El primer indicio fue su foto detrás de la barra. El segundo, su enorme cartel a mis espaldas. El tercero y definitivo, el mantel que puso la moza sobre la mesa. Era el Café de los Dos Molinos, el bar de Amélie Poulain. Lo que yo hasta ése momento no sabía, era que en el mismo lugar donde se desarrolló la hermosísima historia de ésta dulce y particular jovencita francesa, comenzaría la hermosísima historia de ésta dulce y particular jovencita argentina.

Si me esperan, más tarde les sigo contando. Ahora necesito dormir, porque es en mis sueños donde me encuentro con él cada noche..

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